Hacia fines del siglo XIX, las colonias de inmigrantes comenzaron a poblar intensamente nuestros desérticos territorios, trayendo consigo sus culturas así como el esfuerzo personal y material que posibilitó el engrandecimiento de este país.
En ese marco, la inmigración de colonos judíos ha tenido un rol trascendental, fundamentalmente a través de la Jewish Colonization Association (J.C.A.), organización filantrópica dedicada a facilitar la emigración masiva de los judíos de Europa oriental, en especial de los perseguidos por el régimen zarista ruso.
Fundada en el año 1891 por iniciativa del Barón Maurice de Hirsch, la J.C.A. llevó a cabo su ambiciosa misión mediante el establecimiento de colonias agrícolas en distintas partes del mundo, proveyendo a esos fines los terrenos, la infraestructura y toda la asistencia necesaria para garantizar el sustento de los inmigrantes.
Por las excelentes condiciones que estas tierras ofrecían a los colonos que huían del oprobio, Argentina fue uno de los destinos elegidos por Hirsch para implementar su monumental empresa. Es así que, en 1892, un decreto del Poder Ejecutivo Nacional concede a la J.C.A. su personería jurídica, reconociéndose en febrero de 1900 su carácter de Asociación Civil.
A pesar de no haberse cumplido las previsiones originales del Barón, que proyectaba instalar aquí centenares de miles de judíos, lo cierto es que su organización consiguió fundar numerosos asentamientos agrícolas en distintas regiones del país.
En Santiago del Estero, el lugar escogido por la J.C.A. fue Colonia Dora, localidad ubicada al sureste de la provincia, en el Departamento Avellaneda, a 150 km. de la capital provincial. Como tantos pueblos surgidos ante el avance de las vías férreas, la fecha de su fundación coincide con la inauguración, en el año 1900, de la estación ferroviaria que lleva su mismo nombre.
En ese entonces el propietario de las tierras era Don Antonio López Agrello, quien arrendaba y vendía terrenos a inmigrantes de diversos orígenes. En el año 1910, la J.C.A. compra a López Agrello las tierras para instalar 80 familias judías provenientes de Rusia, Polonia y, en menor medida, de Alemania, las que rápidamente se integraron entre los criollos e inmigrantes que ya residían en la zona. Entre los recién llegados había un rabino, un maestro de idish, un herrero, un carpintero, un panadero, un sastre y varios artesanos.
A pesar del significativo desarrollo alcanzado por el pueblo en esos primeros años, la crisis económica desatada en 1930, el problema de la langosta que arrasaba impiadosamente las plantaciones, y los ciclos de sequías y crecidas del Río Salado, empobrecieron de tal manera a los agricultores que el éxodo se tornó inevitable. En consecuencia, muchos de los judíos dorenses partieron hacia la ciudad de Santiago del Estero y otros migraron hacia provincias vecinas, quedando sólo veinte de las ochenta familias originales a menos de tres décadas de su arribo a la Colonia.
Hoy en día son muy pocas las evidencias de ese pasado dorense. En el emplazamiento de la primera sinagoga, inaugurada hacia el año 1911 en un solar de 1.500 metros cuadrados, funciona actualmente el club Sportivo Dora, mientras que el segundo Templo, ubicado en el centro la ciudad, es hoy una plazoleta casi abandonada, donde se conserva la fachada de la vieja edificación.
EL CEMENTERIO
El testimonio más importante de la colonización judía de la zona es el Cementerio Israelita, el primero de la provincia, inaugurado en el año 1910. Si bien no existe certeza acerca de cual fue el primer entierro, una de las tumbas más antiguas corresponde a Samuel Berco, el único rabino que tuvo Colonia Dora, fallecido a los 70 años el 2 de mayo de 1933. Desde su llegada en 1910 hasta su muerte, fue el encargado de los oficios religiosos, los casamientos, las circuncisiones e incluso de las inscripciones en hebreo que aún pueden leerse en algunas lápidas de mármol. La última sepultura realizada en esta necrópolis fue la de Moisés Saslaver, que falleció el 10 de enero de 1990.
Cabe destacar que, durante varias décadas, el de Colonia Dora fue el único cementerio judío existente en la provincia de Santiago del Estero, obligando a la colectividad asentada en la capital santiagueña y en otras zonas del territorio provincial, a trasladar hasta allí los restos de sus seres queridos.
En el presente, el estado ruinoso de esta histórica necrópolis, reflejo y testimonio de una de las corrientes inmigratorias que forjaron la grandeza de nuestra Nación, torna imperioso adoptar urgentes medidas de recuperación y conservación.
En ese marco, la inmigración de colonos judíos ha tenido un rol trascendental, fundamentalmente a través de la Jewish Colonization Association (J.C.A.), organización filantrópica dedicada a facilitar la emigración masiva de los judíos de Europa oriental, en especial de los perseguidos por el régimen zarista ruso.
Fundada en el año 1891 por iniciativa del Barón Maurice de Hirsch, la J.C.A. llevó a cabo su ambiciosa misión mediante el establecimiento de colonias agrícolas en distintas partes del mundo, proveyendo a esos fines los terrenos, la infraestructura y toda la asistencia necesaria para garantizar el sustento de los inmigrantes.
Por las excelentes condiciones que estas tierras ofrecían a los colonos que huían del oprobio, Argentina fue uno de los destinos elegidos por Hirsch para implementar su monumental empresa. Es así que, en 1892, un decreto del Poder Ejecutivo Nacional concede a la J.C.A. su personería jurídica, reconociéndose en febrero de 1900 su carácter de Asociación Civil.
A pesar de no haberse cumplido las previsiones originales del Barón, que proyectaba instalar aquí centenares de miles de judíos, lo cierto es que su organización consiguió fundar numerosos asentamientos agrícolas en distintas regiones del país.
En Santiago del Estero, el lugar escogido por la J.C.A. fue Colonia Dora, localidad ubicada al sureste de la provincia, en el Departamento Avellaneda, a 150 km. de la capital provincial. Como tantos pueblos surgidos ante el avance de las vías férreas, la fecha de su fundación coincide con la inauguración, en el año 1900, de la estación ferroviaria que lleva su mismo nombre.
En ese entonces el propietario de las tierras era Don Antonio López Agrello, quien arrendaba y vendía terrenos a inmigrantes de diversos orígenes. En el año 1910, la J.C.A. compra a López Agrello las tierras para instalar 80 familias judías provenientes de Rusia, Polonia y, en menor medida, de Alemania, las que rápidamente se integraron entre los criollos e inmigrantes que ya residían en la zona. Entre los recién llegados había un rabino, un maestro de idish, un herrero, un carpintero, un panadero, un sastre y varios artesanos.
A pesar del significativo desarrollo alcanzado por el pueblo en esos primeros años, la crisis económica desatada en 1930, el problema de la langosta que arrasaba impiadosamente las plantaciones, y los ciclos de sequías y crecidas del Río Salado, empobrecieron de tal manera a los agricultores que el éxodo se tornó inevitable. En consecuencia, muchos de los judíos dorenses partieron hacia la ciudad de Santiago del Estero y otros migraron hacia provincias vecinas, quedando sólo veinte de las ochenta familias originales a menos de tres décadas de su arribo a la Colonia.
Hoy en día son muy pocas las evidencias de ese pasado dorense. En el emplazamiento de la primera sinagoga, inaugurada hacia el año 1911 en un solar de 1.500 metros cuadrados, funciona actualmente el club Sportivo Dora, mientras que el segundo Templo, ubicado en el centro la ciudad, es hoy una plazoleta casi abandonada, donde se conserva la fachada de la vieja edificación.
EL CEMENTERIO
El testimonio más importante de la colonización judía de la zona es el Cementerio Israelita, el primero de la provincia, inaugurado en el año 1910. Si bien no existe certeza acerca de cual fue el primer entierro, una de las tumbas más antiguas corresponde a Samuel Berco, el único rabino que tuvo Colonia Dora, fallecido a los 70 años el 2 de mayo de 1933. Desde su llegada en 1910 hasta su muerte, fue el encargado de los oficios religiosos, los casamientos, las circuncisiones e incluso de las inscripciones en hebreo que aún pueden leerse en algunas lápidas de mármol. La última sepultura realizada en esta necrópolis fue la de Moisés Saslaver, que falleció el 10 de enero de 1990.
Cabe destacar que, durante varias décadas, el de Colonia Dora fue el único cementerio judío existente en la provincia de Santiago del Estero, obligando a la colectividad asentada en la capital santiagueña y en otras zonas del territorio provincial, a trasladar hasta allí los restos de sus seres queridos.
En el presente, el estado ruinoso de esta histórica necrópolis, reflejo y testimonio de una de las corrientes inmigratorias que forjaron la grandeza de nuestra Nación, torna imperioso adoptar urgentes medidas de recuperación y conservación.