martes, 14 de agosto de 2007

DIA DEL NIÑO


El día del niño suele mostrarse como el festejo en el que los adultos agasajamos un día, solo un día de agosto a quienes deberían ser el culto de nuestros esfuerzos por una lógica cuestión de supervivencia y conservación de la especie humana, pero la realidad nos da de lleno cada día en plena cara, como si fuéramos la parte trasera de nuestros propios pensamientos.
Según números fríos, pero números que reflejan duras realidades, unos 8,5 millones de niños son esclavizados en el mundo, muchos son obligados a prostituirse. Miles en el mundo son niños soldados y en el mundo se dice que trabajan más de 200 millones de niños menores de 17 años.
No me diga que estas cifras no son una bofetada a nuestras sonrisas que festejan el día del niño en una fecha de agosto a cada año, dejando los otros 364 días restantes del año a la deriva.
En Santiago, quien recorra el mas profundo interior de nuestra provincia, ese que no aparece en los diarios o en la televisión, niños y niñas de tan sólo cinco o seis años, recogen, pican, apisonan el barro y hacen piezas de ladrillos con sus manos pequeñas, temblorosas, infantiles sin que nadie se asombre de que esto pase, como si fuera normal.
Hay infinidad de historias no contadas de cientos de niños explotados hasta la extenuación en África, Asia, y también en nuestra sufrida América Latina, enfrentando las tinieblas de una infancia robada.
Todas esas manitos pequeñas de nuestros comprovincianos deberían a esa edad estar con un lápiz de color, cuadernos, libros y sonreír al aprender lo que mañana les permitirá vivir un poco mejor, pero esa no es la realidad, aunque nos duela, es solo un deseo, una utopía, una falsa imagen que nos muestran los gobiernos.
Que los niños sean felices, o simplemente niños es una obligación y un compromiso de todos, con nuestro mas pequeño aporte, no dándoles chocolate solo un día al año, sino peleando desde nuestros mas humildes puestos para que algún día, ojala que no muy lejano, podamos extirpar la desigualdad profunda en la que mientras algunos reciben ostentosos regalos, otros, tal vez la mayoría, defiende como una fiera acorralada el pedazo e pan que lleva en una bolsa que mañana no podrá llenar.

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